Amanecer en el volcán Kawah Ijen y llegada a Bali

3.30 am. Sobre la mesa del restaurante nos encontramos un sándwich de contenido incierto envuelto en papel de film y un huevo duro para desayunar. Luego metimos las maletas en la furgoneta y a las cuatro de la mañana nos pusimos en marcha. Tras una hora por un tortuoso y oscuro camino, llegamos a la falda del volcán Kawah Ijen. Desde ese punto nos esperaban 3.000 metros de ascensión, unos 45 minutos para piernas rápidas y casi el doble para mí.

Kawah Ijen Indonesia

Al principio, el camino es llano, pero en el punto de los 700 metros empieza una subida que a mí se me hizo eterna. Mientras subía como buenamente podía, porteadores de azufre pasaban a toda pastilla, se paraban a mi altura para ofrecerse que le hicieras fotos a cambio de unas rupias y seguían a todo tren hacia arriba o hacia abajo si ya venían cargados de azufre. Desalentador.

En el punto de los 2.000 metros, había una especie de estación donde los mineros pesaban las cestas con el azufre que habían sacado del volcán: entre 60 y 80 kilos por viaje. La estación en sí parecía salida del «far-west», solo que en lugar de oro, estaba llena de azufre.

Kawah Ijen Indonesia

A partir de ese punto, el camino se vuelve llano y fue entonces cuando se me acercó un chico que iba con una cesta vacía y empezó a hablarme muy alegremente. Los dos tuvimos una conversación de lo más animada, lástima que él no entendiera ni papa de lo que le dije y que yo le correspondiera de la misma manera, pero parece ser que en uno de nuestros intercambios verbales, le dije que iría con él hasta el cráter sin saberlo, y cuando llegamos a la boca del cráter, me hizo gestos para que le siguiera y, aunque me planteé quedarme allí debido a lo complicado del descenso, pensé: «estos hombres lo hacen cargados con 80 kilos y llevando chanclas, ¿cómo no voy a ser yo capaz de bajar con todo lo equipada que voy?». Así que para abajo que fui.

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El descenso al fondo del cráter es complicado y los propios mineros han creado una especie de escalera a base de pequeñas rocas que habían sido colocadas estratégicamente para facilitar su ascenso cargados. Poco a poco, fui bajando con la ayuda de mi guía extraoficial, que me iba diciendo dónde tenía que poner el pie, dónde agarrarme, cuándo parar y cuándo apartarme para no molestar a ningún minero que subía cargadito hasta arriba.

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Tras unos quince minutos, conseguí llegar hasta el fondo del cráter. El agua azul turquesa del lago que hay en el fondo apenas se podía entrever a causa de la nube tóxica que emanaba del volcán. A pesar de que el guía me propuso bajar hasta el agua, rechacé la invitación. A esas alturas, la ración de temeridad ya había llegado a su límite máximo y, mientras pensaba eso, el viento cambió de dirección y me trajo una nube tóxica que me envolvió en cuestión de segundos. Rápidamente me giré y me tapé la boca y la nariz con una mascarilla que me había llevado por si las moscas. Aun así, las pocas partículas de azufre que respiré empezaron a quemarme por dentro y no paré de toser en un buen rato.

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Desde luego que no sé cómo los mineros pueden aguantar en unas condiciones como esas, no solamente respirando veneno puro, sino, además, cargando con kilos y kilos de azufre montaña arriba y montaña abajo varias veces al día. Ese día fue duro, tanto físicamente como emocionalmente.

Le dije a «Ferguson» (véase la nota de la autora al final) que me volvía para arriba, ya que mi compañero no había bajado y empezaba a estar un poco inquieto, y me acompañó hasta que me dejó sana y salva en la boca del volcán. De repente, todas las sonrisas y amabilidades que me había prestado durante todo el trayecto se transformaron en una cara seria y ásperamente me espetó: «¡rupias!», y ahí es donde nuestra relación platónica acabó. Obviamente, sabía que no me estaba brindando todas aquellas atenciones por mi fabuloso don de gentes y mi belleza sin parangón y ya tenía previsto compensarle económicamente por sus servicios, pero vaya, me pareció que no tenía que haberse puesto así de borde. Le di las rupias y me enfrenté a bajar la montaña con unas piernas un poco doloridas.

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Lo mejor de todo (léase como ironía) es que en ese momento me enteré de que estaba TOTALMENTE PROHIBIDO BAJAR AL FONDO DEL VOLCÁN. No queráis saber la cara que se me quedó cuando vi el cartel. De verdad de la buena que no lo sabía, no vi el cartel donde lo ponía, ni al inicio de la ascensión ni al llegar al cráter, porque de ser así, NO hubiera bajado. Se ve que hace un tiempo, se murió un turista francés y por eso está prohibido, aparte de que el descenso masivo de visitantes podría causar accidentes y entorpecer y dificultar el trabajo de los mineros. Eso no quita que estos últimos no dejen de decirte que los acompañes para sacarse un sobresueldo. Aun así, no está justificado.

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 Tuvimos suerte de haber llegado pronto al volcán, porque, justo cuando empezamos el descenso, el tiempo cambió y se empezó todo a cubrir de niebla y a hacer frío. Mientras bajábamos (o, mejor dicho, íbamos frenando para no darnos un mamporro contra el suelo o bajar la montaña rodando), nos cruzamos con una señora mayor que subía poco a poco ayudada de dos palos de senderismo y no tuvimos más remedio que pararnos para felicitarla y decirle que era nuestra «heroína». La mujer nos dijo que era una «old lady» (¿no me diga?), que tenía 76 años, como excusándose de ir subiendo tan lenta, pero ya me gustaría estar subiendo volcanes a su edad.

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Al llegar al pie del volcán, desayunamos unas galletas y el sándwich de contenido incierto que resultó ser de mantequilla, mermelada de naranja y virutas de chocolate, ya que los platos que servían en el pequeño restaurante tenían pinta de estar buenos, pero la vajilla creo que no se había lavado en un lustro (yo y mi nueva política de precaución alimentodigestiva).

A las 9.30 am pusimos rumbo al puerto de Ketapang, de donde salen los ferrys que llevan a Bali. Al ser de día, vimos las penosas condiciones de la carretera, que en unos cuantos tramos tenía pedruscos en lugar de tierra. Estaba tan mal la cosa, que tuvimos que bajar todos de la furgoneta tres veces para que pudiera pasar por algunos baches. A medio camino, paramos en una plantación de café y lo siguiente que recuerdo es al conductor despertando a todos los ocupantes de la furgoneta porque acabábamos de llegar al puerto de Ketapang a las 11 am.

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Al salir de la furgoneta, volvimos al calor y al bochorno que hacía dos días que no vivíamos. Nos unimos a Colleen y a Hideki para embarcarnos en el ferry lo antes posible. Hay ferrys cada media hora durante las 24 horas del día que conectan Java con Bali y el trayecto no llega a los 40 minutos. El ferry era un poco cutre e incluía una especie de escenario con teles donde había música como si fuera un karaoke. Como hacía mucho calor, subí a la cubierta a despedirme de Java. Selamat tinggal Java!

Selamat datang Bali! Tengo que admitir que la primera impresión que tuve de Bali fue bastante decepcionante. No sé por qué, me esperaba a un puñado de bailarinas balinesas dándome la bienvenida y, en lugar de eso, recibimos las atenciones de varios taxistas o intermediarios sudorosos. Las conexiones de transporte público en Bali son casi inexistentes. Nosotros íbamos a Ubud, en el centro de la isla, y para llegar allí o pagábamos a un taxista 500.000 rupias (42€, no hubo manera de bajar el precio) o íbamos en bus hasta Denpasar y allí cogíamos otro bus hasta Ubud (para más INRI, en otra estación diferente en Denpasar).

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Al final, por no pagar las 500.000 rupias, acabamos en un minibús roñoso que iba a la velocidad del rayo (léase con ironía, claro), y lo que en teoría tenía que ser un trayecto de dos horas, acabó siendo una tortura de cuatro, ya que, aparte de las infinitas paradas que hizo, nos acompañó durante casi todo el trayecto tal tromba de agua que el conductor apenas veía nada. Así que, cuando finalmente llegamos a la «estación» de Ubung en Denpasar (que era inexistente, ya que paró en medio de la calle) decidimos hacer el resto del camino (1 hora) en taxi por 200.000 rupias.

De camino a Ubud siguió lloviendo con mucha intensidad, tanta, que inundó varias carreteras y tuvimos que virar y buscar vías alternativas dos veces, y mientras íbamos pensaba: «por favor, por favor, que Ubud y Bali no me decepcionen, porque si me gusta, aunque sea un poquito, de aquí ya no me muevo».

Kawah Ijen Indonesia

El taxi paró en una calle donde había una pequeña tienda con sala de masajes con el mismo nombre que nuestro hotel, nos refugiamos allí de la lluvia y, en unos minutos, vinieron dos empleados para cargar nuestra maletas y llevarnos a la recepción, que estaba a unos 30 metros siguiendo una calle lateral de la tienda, que bordeaba un arrozal.

El hotel Kebuh Indah es un pequeño hotel con varias habitaciones independientes en varios módulos. Las hay de varios precios, desde 60$ la más cara, hasta los 25$ que pagamos nosotros por la más barata. Al llegar, nos acompañaron a nuestra habitación, que era simplemente espectacular: cama de teca con mosquitera, baño con bañera y ducha con el techo al aire libre. Afuera, en la puerta de la habitación, teníamos incienso encendido para que no entraran los mosquitos y dos zumos de papaya y plátano esperándonos en la mesa dándonos la bienvenida. Ahí es donde me conquistaron. Tanto fue así, que al final decidimos pasar allí los seis días que nos quedaban del viaje. Lo malo de esta decisión fue que tuvimos que renunciar ir a Lombok y a las Gilis, pero pensamos que el gasto y las horas que tardaríamos en llegar para solo estar en Lombok dos noches no valían la pena. Además, tengo que admitir que llegué a Bali destrozada, no solamente por el cansancio acumulado durante la semana anterior en Java, sino más bien por todo el cansancio acumulado en mi trabajo en los dos últimos meses, y necesitaba DESCANSAR.

Kawah Ijen Indonesia

Luego fuimos a la búsqueda de un restaurante para comer/cenar. Lo primero que nos llamó la atención fue que los precios eran un poco más caros que en Java. No andamos mucho y entramos en un restaurante un poco pijín (ya que no me dejaron ni ponerme la servilleta yo misma) en el que los camareros iban con el traje tradicional balinés. Me pedí un sate (pincho de carne) con salsa de cacahuete, que me trajeron en un recipiente con brasa donde se acabó de cocinar y tras los días vividos en Bali, ese sate fue sin duda el mejor que comí en todo el viaje. A las ocho nos fuimos a la cama y dormimos y dormimos como hacía días que no lo hacíamos.

Nota de la autora: «Ferguson» en honor a Mark Twain, que en su libro Guía para viajeros inocentes siempre llama a los guías con este nombre. Que conste que en ningún momento lo hago con desprecio.

Hola Bali

¡Hola Bali!


A tener en cuenta:

En Bali es una hora más que en Java.

Datos de interés:
Tour Pananjakan – Bromo – Ijen – puerto de Ketapang (para ir a Bali) (3d/2n): 585.000 rupias (48€). El tour incluye hoteles, transporte y el jeep para subir a ver el amanecer desde el monte Pananjakan. Aparte, hay que pagar las comidas y la entrada al Bromo (25.000 rupias/2€) y al Ijen (30.000 rupias/2,5€). Lo contratamos en la agencia Losari que estaba al lado del hotel Duta Guest House y donde nos atendieron unas chicas muy simpáticas. También es posible ir de Cemoro Lanwang al Bromo caminando y ver el amanecer en el monte Bromo. Hay unos 30 minutos andando y el camino hace bajada. Lo positivo es que lo ves solo; lo negativo es que no ves la panorámica del Bromo.
Entrada al Kawah Ijen: 30.000 rupias (2,5€) + 20.000 rupias (1,67€) de la cámara.
Ferry de Ketapang a Bali: 5.700 rupias (0,47€). Funcionan las 24 horas del día y sale uno cada 30-40 minutos.
Minibus de Gilimanduk a Denpasar: 25.000 rupias (2€). Salen minibuses con bastante frecuencia. La parada está fuera del puerto cruzando la carretera. Tardamos 4 horas en hacer el trayecto.
Taxi de Denpasar a Ubud: 200.000 rupias (16,7€). Tardamos una hora en llegar.
Hotel Kebun Indah. Habitación Kodok 259.000 rupias (21€), incluye desayuno.
Restaurante Paras Bali. Jalan Raya Pengosekan, cerca del hotel. Filete de atún: 63.250 rupias (5,3€), sate de ternera: 40.825 rupias (3,4€).
Encontrarás más datos en la mini guía del viaje a Indonésia. ¡No te la pierdas!

 

13 comentarios

  1. Helena 3 enero 2011
  2. míriam 3 enero 2011
  3. Iker 3 enero 2011
  4. M.C. 3 enero 2011
  5. mipatriasonmiszapatos.com 4 enero 2011
  6. Isabel 4 enero 2011
  7. Común 5 enero 2011
  8. Ines_tables 6 enero 2011
  9. Isabel 6 enero 2011
  10. José Carlos DS 8 enero 2011
  11. marc 1 febrero 2011
  12. Isabel 1 febrero 2011
  13. Turimo Alemania 27 diciembre 2012

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