Rastreo de gorilas en Uganda

Seguimos con los relatos del viaje a Uganda que hicimos en octubre de 2012. El día que describiré a continuación fue uno de los más impresionantes del viaje y a la vez uno de los más bonitos de nuestra vida viajera, ya que hicimos el anhelado rastreo de gorilas en Uganda. Nos adentramos en el Parque Nacional de Bwindi para seguir la pista a los últimos ejemplares de gorila de montaña que viven en el planeta.

Tras toda una noche diluviando, el día amaneció sin lluvia pero con todas las montañas cubiertas de una espesa niebla. Salimos de nuestra banda y subimos hasta el comedor del community camp para desayunar. Parecía que esa mañana no iba a llover y eso era una grata noticia porque nos esperaba un día que podía llegar a ser muy largo.

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El hotel nos preparó las bolsas con comida para llevar. Luego alquilamos una vara de madera para usar como bastón por 5$ para ayudarnos durante el rastreo y nos dirigimos al punto de encuentro del parque nacional. Cuando llegamos a las 7:30 am ya estaban allí casi todas las personas que iban a participar en el rastreo ese día, todas preparadas para el gran momento.

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Nos distribuimos por grupos y a cada uno se le asignó una familia de gorilas que rastrear ese día. Desde Buhoma se pueden rastrear tres familias de gorilas: los Habinyanja, los Rushegura y los Mubare. Esta última es la que visitamos nosotros. Fue la primera que empezó a recibir visitas en 1993 y, por tanto, está más acostumbrada a las miradas de los humanos. Los rangers que venían con nosotros nos explicaron unas normas de comportamiento básicas: mantener una distancia mínima de siete metros y, si algún gorila se acercaba, teníamos que quedarnos inmóviles, no hacer ruido durante la visita y seguir siempre las instrucciones de los rangers.

Uganda-Gorilas-Bwindi

Cada familia recibe un grupo de ocho visitantes por día. Sin embargo, una pareja de jubilados estadounidenses de nuestro grupo decidió no presentarse ya que el día anterior ya habían rastreado a los gorilas y habían acabado muy cansados. Así que éramos solo seis turistas: un fotoperiodista japonés, una familia alemana de tres y nosotros dos. Por otro lado, el padre de la familia alemana llevaba unos días con gastroenteritis y no estaba nada en forma, pero no quería perderse aquella experiencia por nada del mundo. Además, nos acompañaban un par de rangers armados con rifles, dos nuevos reclutas de la UWA y un total de tres porteadores que contratamos en la entrada para que nos ayudaran durante el sendero, que podía llegar a ser muy duro.

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Antes de empezar, nos explicaron que unas horas antes otro grupo de rangers había salido en busca de la nuestra familia de gorilas desde el punto donde los habían encontrado el día anterior. A pesar de eso, nunca hay plena garantía de encontrarlos. Según nos dijeron, algunos grupos han llegado a encontrar a los gorilas en solo quince minutos y otros han tardado 12 horas.

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Poco a poco empezamos a adentrarnos en el parque nacional. El sendero era muy bonito y la selva exuberante. Rastrear a los gorilas no es exactamente como hacer senderismo, ya que los caminos apenas están marcados. Se avanza por donde los guías creen que estará la familia de gorilas. Así que hay que pasar por encima de árboles caídos, abrirse paso por la jungla a base de machetazos y caminar por caminos enfangados. No fue un camino fácil pero disfruté como una enana por primera vez en el viaje. A pesar del cansancio y de las penurias del camino, tenía una sonrisa en la cara de oreja a oreja. Me lo estaba pasando pipa haciendo el cabra por la jungla.

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De repente, todo el grupo se detuvo y los guías nos indicaron por señas que dejáramos las mochilas y las varas atrás. Los gorilas estaban a escasos metros. Subimos sigilosamente por una pendiente repleta de arbustos y entre la densa maleza entrevimos a tres gorilas comiendo en un lugar rodeado de vegetación. Uno de los rangers limpió la maleza que rodeaba a uno de los gorilas y allí quedó al descubierto para que lo pudiéramos admirar.

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Poco a poco, el resto de gorilas del grupo empezó a acercarse a nosotros, incluido el espalda plateada del grupo que, como era bastante joven, todavía no tenía la característica marca blanca en su espalda.

Nos quedamos de pie, casi inmóviles y totalmente en silencio. Lo único que se oía era el sonido de los obturadores de nuestras cámaras de fotos y a los gorilas masticando hojas. Fue un momento mágico y muy especial. Durante la hora que estuvimos allí observamos a los gorilas con detenimiento y admiración. Los vimos comer, retozar en el suelo y hasta repasarse las uñas de los dedos con una expresión de tedio total, en un gesto tan humano que parece mentira que haya personas que nieguen la teoría de la evolución.

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En un momento dado, el espalda plateada debió cansarse de nosotros, porque se puso en pie y avanzó a cuatro patas en nuestra dirección exhibiendo toda su imponente grandeza. Andando a cuatro patas era casi tan alto como Xavi pero tres veces más ancho. Y una sola mirada a sus enormes brazos nos dejó claro que podía partirnos la espalda con la misma facilidad que se parte una ramita seca. Nos quedamos paralizados, esperando a ver qué hacía, pero pasó de largo junto a nosotros, se sentó unos metros más allá y siguió comiendo como si nada. Era como si quisiera demostrarnos que no le resultábamos nada interesantes y que no nos tenía ningún tipo de miedo.

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La hora con los gorilas pasó volando y tocó emprender el camino de vuelta. Por delante nos quedaban dos horas de camino. Finalmente llegamos a la entrada del parque, donde nos felicitaron por haber completado el rastreo con éxito y nos dieron un diploma que acreditaba que ese día habíamos conocido en persona a la familia de gorilas Mubare.

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Pero aún tenía que pasar algo totalmente inesperado. Al volver al community camp, nos dirigimos a nuestra banda para quitarnos todo el barro que llevábamos en las botas de montaña y, mientras las limpiábamos, nos dimos cuenta de que, justo unos metros más adelante, y subidos a un árbol, había tres gorilas jóvenes comiendo hojas y curioseando. No nos lo podíamos creer. Estuvimos mirándonos mutuamente durante unos minutos hasta que alguien del pueblo los vio y empezó a espantarlos para que volvieran montaña arriba. Fue la guinda final para un día simplemente increíble.

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Cómo tramitar los permisos para ver los gorilas en Uganda

Los permisos se pueden tramitar en las oficinas de la UWA en Kampala, aunque en temporada alta es recomendable reservarlos con antelación debido al cupo reducido de visitantes por día. También pueden reservarse enviando un correo electrónico a la UWA, aunque tardan semanas en contestar, así que armaos de paciencia. Os enviarán un formulario y un número de cuenta corriente donde hacer el ingreso. Una vez en Kampala, tenéis que pasar por sus oficinas a recoger los permisos. Otra opción es contratarlos a través de una agencia de viajes local, que suele cobrar una comisión de entre 50-100$.

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Actualmente, el permiso para visitar los gorilas en Uganda cuesta 600$, pero en abril, mayo y noviembre se puede comprar por 450$. Al escoger la familia de gorilas concreta que se quiere visitar hay que tener en cuenta la zona donde suele moverse si los queréis visitar de manera independiente. El precio de los permisos es caro, eso es innegable, pero pensad que el precio sirve para ayudar a la conservación a los gorilas. Otro consejo es que uséis todos los servicios posibles que ofrece el pueblo. Por ejemplo, si vais a Bwindi desde Buhoma podéis alojaros en el community camp, cuyos beneficios se revierten en los habitantes del pueblo. También podéis contratar porteadores en el pueblo para que os ayuden durante el recorrido por la selva (10$) y comprar en las tiendas del pueblo. De esta manera, el dinero que generan los gorilas llegará a la gente autóctona que realmente lo necesita y eso fomentará que ellos también tengan interés en la conservación de esta especie en peligro de extinción.

Para más información sobre el viaje a Uganda, no os perdáis la guía del viaje a Uganda de 15 días.

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