Ruta por la costa sur de Islandia en un día desde Reikiavik

El título del artículo lo deja bien claro. El tercer día del viaje a Islandia decidimos hacer una ruta por la costa sur de Islandia. El objetivo era acercarnos al máximo a la experiencia que realmente nos hubiera gustado hacer: recorrer la isla por la ruta circular o «Ring Road». Como suele ocurrir, ese día nos levantamos muy pronto. Aunque era mediados de marzo, a las seis de la mañana ya era de día y eso nos permitió contar con muchas horas de sol para hacer la excursión.

Pero cuando te planteas visitar la costa sur de Islandia desde Reikiavik la primera pregunta que te asalta es: ¿hasta dónde llegar? Tras meditarlo decidimos ir en coche de Reikiavik a los campos de lava de Eldhraun y desde allí volver a la capital parando en los enclaves más bonitos de la ruta. Para otro viaje quedarán pendientes los glaciares Vatnajökull, Jökulsárlón y Fjallsárlón, además de la cascada de Svartifoss, que caían demasiado lejos para hacer en un solo día desde Reikiavik.

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Casita de fin de semana cerca de los campos de lava de Eldhraun

¿Y por qué fuimos de un tirón de Reikiavik hasta Eldhraun? Básicamente porque a mediados de marzo a las seis de la mañana hace bastante frío y, aunque a esas horas hay menos gente en los puntos de interés, pensamos que disfrutaríamos más las visitas con un clima menos extremo.

La «Ring Road» es la carretera principal de Islandia y recorre de manera circular toda la isla. Solo tiene un carril por sentido, pero lo que nos sorprendió de verdad es que apenas tiene arcén. Y eso es un rollazo porque así es más difícil parar a hacer fotos por el camino. Y mira que hubieron muchos momentos en los que hubiéramos parado. Los paisajes de Islandia son exuberantes en su aridez y sensación de soledad. Es casi como pasear por la luna. De hecho, la tripulación del Apolo XI fue hasta allí para prepararse para misión lunar. Ojo al dato.

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Poco tráfico había a esas horas de la mañana, así que tres horas más tarde encontramos el desvío para acceder al campo de lava de Eldhraun. Dejamos la carretera para adentrarnos en un camino sin asfaltar, pero aun así transitable. A los lados, campos de lava solidificada cubiertos con una especie de musgo duro que ha colonizado el terreno hasta crear un paisaje bellísimamente extraño. Avanzamos mientras contemplábamos los campos de lava hasta que llegamos al final de la carretera.

Allí dejamos el coche y caminamos por los márgenes del camino. Nos detuvimos hasta casi acariciar el musgo. El organismo que crece en la lava es muy frágil y tarda muchos años en desarrollarse. Este campo de lava se creó durante la erupción del volcán Laki en 1783 y, a pesar de que han pasado más de 230 años, el grosor del musgo es apenas de unos milímetros, así que no hay que pisarlo ni maltratarlo. Curiosamente, esto nos lo enseñaron en otro lugar remoto: durante la navegación por el canal Beagle en el viaje por Argentina.

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Aparcamiento en la playa de Vík

A cuarenta minutos de ahí en dirección a Reikiavik está Vík y Myrdal, unas bucólicas poblaciones que son el punto de entrada a Reynisdrangar y Dyrhólaey. Esta parte de la costa es famosa por las playas negras, las columnas de basalto y por las colonias de frailecillos (puffins) que habitan en sus acantilados entre junio y agosto.

Nos adentramos en Vík con el coche y conducimos hasta el final del pueblo donde está el aparcamiento de la playa. Allí dejamos el coche y caminamos hacia la orilla del mar. A lo lejos en el mar, junto a Reynisfjara, se alzan un grupo de pilares de basalto de sesenta y seis metros de altura, los famosos Reynisdrangar.

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Los trolls petrificados de Reynisdrangar

Dice la leyenda que unos trolls intentaron arrastrar un barco de tres mástiles hacia la costa durante una tormenta nocturna. La tarea les llevó más tiempo de lo esperado y al salir los primeros rayos de sol, los trolls quedaron petrificados. El folclore islandés es rico en historias de trolls, elfos y otros seres mitológicos, y aún a día de hoy hay gente que cree en ello. Y los que no, lo respetan.

Volvimos a subir al coche para tomar la carretera 215 e ir a la famosa playa negra de Reynisfjara. Desde la playa tuvimos otra panorámica del Reynisdrangar, aunque tengo que deciros que me gustó más la de la playa de Vík. De todas formas, la visita a la playa negra de Reynisfjara es una visita obligada si hacéis una ruta por la costa sur de Islandia, ya que allí podréis ver una pared de columnas basálticas preciosa cuya composición nos recuerda el órgano de una iglesia y que inspiró al arquitecto de la iglesia Hallgrímskirkja de Reikiavik. En el extremo opuesto podemos observar el famoso arco rocoso que cruza el agua de Dyrhólaey, nuestra siguiente parada.

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Al final de la carretera 218 nos encontraremos en lo alto del acantilado y desde allí se puede ver más de cerca Dyrhólaey, aunque la mejor panorámica la tendréis desde la playa de Reynisfjara. Este es un punto elevado donde suelen habitar y anidar los puffins entre mediados de mayo y mediados de junio, así que en esas fechas suele estar cerrado. La vista desde allí era impresionante, pero soplaba mucho el viento, de tal manera que hasta nos hacía temer por nuestra seguridad, así que regresamos al coche rápidamente y proseguimos con nuestra ruta. Siguiente parada: Skógar.

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En realidad, nos hubiera gustado que la siguiente parada fueran los restos del avión DC que se estrelló en la playa negra de Sólheimasandur en 1973. En invierno la única manera de acceder es con un 4×4 o contratando una excursión en quads, ya que la carretera es bastante impracticable. La segunda opción es caminar desde la carretera principal hasta la playa durante una hora, pero el sendero sigue siendo difícil y con una peroné en vías de recuperación no era plan de hacer el cabra en exceso. Así que pusimos rumbo a la población de Skógar.

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En Skógar, además de visitar la famosa cascada, aprovechamos para ver el Skógar Folk Museum. Aquí podemos ver cómo se vivía antaño en Islandia. El museo se divide en tres partes: en un edificio moderno está el Museo de Transporte, comunicaciones y equipos de rescate. En otro edificio un poco más antiguo está el Museo Folclórico en el que podemos hacer un repaso de objetos y antigüedades islandesas. Esta parte la verdad es que no nos gustó mucho, porque la mayoría de objetos los recubría una capa de polvo y parecían estar amontonados, así que la pasamos un poco rápidamente.

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Casas tradicionales en el Skogar Folk Museum

La parte que más nos gustó está en el exterior, donde hay casas tradicionales reconstruidas y algunas que fueron transportadas hasta allí para su conservación. Lo genial de esta parte es que puedes entrar en las casas, que están amuebladas con objetos de la época y es muy interesante. Hasta hay una antigua escuela.

Tras la visita nos dirigimos a la cascada de Skógarfoss, pero antes de llegar paramos en un food truck que estaba estacionado en la calle de acceso a la cascada para comernos un fish and chips: bacalao islandés con patatas fritas. Nos sorprendió mucho encontrarnos un puesto callejero de pescado frito y la verdad es que estaba superbueno. Delante del food truck había una mesa de picnic pero hacia tanto frío y viento que preferimos comer en el interior del coche.

La cascada de Skógarfoss es una de las más impresionantes que vimos en nuestro periplo por Islandia. La cascada tiene una caída de 60 metros de altura y al lado hay una escalera que sube hasta la parte superior de la cascada, desde donde se tienen unas vistas espectaculares del lugar. La caída del agua es tan bestia que, a la mínima que te acercas, el halo de agua te moja. Y puestos a mojarse, ¿por qué hacerlo en unas aguas gélidas cuando puedes sumergirte en aguas termales?

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Dicho y hecho. Siguiente parada: la piscina natural de Seljavallalaug. Tomamos la carretera 242 en dirección a Seljavellir, y al final de la carretera dejamos el coche y seguimos el camino recto durante quince minutos. Finalmente encontramos una piscina construida a principios del siglo XX en medio de las montañas. La estampa era preciosa. Esta piscina se construyó aprovechando un manantial de agua caliente cercano para que los lugareños aprendieran a nadar.

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Camino a la piscina de Seljavallalaug

Al lado de la piscina hay dos casetas de obra que sirven de vestidores. Para bañarse aquí no hay que pagar nada y el lugar tiene poco mantenimiento. Así que toca cambiarse de ropa a temperatura ambiente, ya que la caseta no es que no tenga climatización, es que las ventanas no tienen ni cristales. Además, el suelo suele estar enfangado, así que ponerse y quitarse la ropa sin tener dónde sentarte resulta algo complicado.

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En fin, con el subidón de estar en un entorno tan búcolico me lancé al agua ante la escéptica mirada de Xavier, que decidió mirárselo todo desde la barrera. Mi desagradable sorpresa fue descubrir que el agua estaba fría. ¡¡¡Aaaarrrg!!! Resulta que el caño de agua que alimenta la piscina no es lo suficientemente grande como para mantener el agua a una temperatura agradable. Nadé un poco para ponerme al lado del caño y entrar en calor… para poco después salir del agua y cambiarme a la velocidad del rayo. La misma velocidad de crucero que usé para volver al coche y poner la calefacción. No tenía ganas de pillar una pulmonía.

La última parada de nuestra ruta por la costa sur de Islandia fue la cascada de Seljalandfoss, que es de las más famosas del país. Esta catarata está justo debajo del glaciar y el volcán Eyjafjallajökull, el infame que causó un terrible caos aéreo con su erupción en 2010. ¿Lo recordáis? Esta catarata tiene una caída de 66 metros de altura y lo más característico es que en verano se puede caminar por detrás del torrente de agua. Sin embargo, cuando fuimos nosotros no vimos a nadie haciéndolo y, como tampoco queríamos acabar empapados, no lo hicimos.

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Además, hay diversos senderos en la zona que nos permiten disfrutar de otros saltos de agua paralelos y diferentes panorámicas de Seljalandfoss. La cascada es una pasada y el paisaje es muy bonito, así que es una visita imprescindible si viajáis a Islandia.

Esa noche había una buena previsión de avistamiento de auroras borales, así que decidimos seguir conduciendo para buscar una zona sin contaminación lumínica cerca de la población costera de Eyrarbakki. Sobre las diez empezó a anochecer y poco a poco empezaron a asomar las estrellas. No había ni una nube en el cielo y estábamos expectantes. Pero el tiempo pasaba y no aparecía nada. De repente, vimos una nube blanca en el firmamento. Un momento, ¿cómo va a ser una nube si no hay nada de luz? Era nuestra primera aurora o, más bien, intento de aurora, porque de ahí no pasó. Seguimos observando un buen rato, pero no pasaba nada. Bueno sí, pasaba que los ojos se nos empezaban a cerrar debido al sueño. El madrugón de ese día no ayudaba a mantenernos despiertos, así que al cabo de un rato decidimos iniciar el camino de vuelta a Reikiavik.

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A pesar de todo, fue un día bastante intenso y lleno de estampas espectaculares. Contemplar una aurora boreal con toda su luz habría sido el broche de oro, pero ya se sabe que las auroras son muy tímidas a veces. ¡La próxima vez será!

7 comentarios

  1. Paco Piniella 9 julio 2016
  2. Sandra 4 junio 2017
    • Isabel & Xavier 5 junio 2017
  3. Patricio 4 julio 2017
    • Isabel & Xavier 4 julio 2017
  4. Carmen 6 agosto 2019
    • Isabel & Xavier 12 agosto 2019

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