Descubriendo Yogyakarta

3.30 am. Is this real life? Ya no lo sabía. A pesar de llevar casi dos días sin dormir, esa noche apenas pude pegar ojo. A las 4 am abría el restaurante del hotel y desayunamos nasi goreng (arroz frito con verduras y carne de pollo) y mie goreng (fideos fritos). A las 4.30 am subimos al autobús que llevaba a los clientes a las diferentes terminales del aeropuerto y, tras cuarenta minutos, nos dejaron, los últimos, en la terminal 3.

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El vuelo de Air Asia con destino a Yogyakarta salió puntual y casi medio vacío y a las 7 am en punto por fin pusimos los pies en el primer destino de nuestra ruta. Dos días después de haber iniciado el viaje. Nada más salir a la minúscula terminal, contratamos un taxi en el mostrador, mientras taxistas e intermediarios intentaban todo lo posible para que no contratáramos el taxi en la oficina oficial. Pagamos 55.000 rupias y con el recibo en la mano salimos a la parada de taxis que hay en el exterior en busca del número de taxi que teníamos indicado en el recibo y que nos estaba esperando.

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Si en Yakarta lo que más predomina en el asfalto son los coches, en Yogyakarta son las motos. Cientos. En todas las intersecciones hay decenas de motos esperando la luz verde del semáforo para reanudar la marcha y, medio camuflados entre ellas están los bechaks, triciclos que pueden llevar a dos pasajeros pequeños o a uno muy grande.

Reservamos una habitación en el hotel Duta Guest House basándonos en el precio (325.000 rupias con desayuno y piscina) y la ubicación (Jalan Prawirotaman, una calle llena de restaurantes y agencias de viajes). Además, al llegar nos dijeron que nos hacían un 10% de descuento, aún no sé por qué. La habitación estaba un poco destartalada pero limpia y el hotel disponía de piscina, que nos vino bien para pasar el calor.

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A las nueve de la mañana, salimos totalmente soñolientos a visitar la ciudad. A bote pronto, Yogyakarta es una ciudad aparentemente pequeña con casas bajas. En la misma calle del hotel encontramos el Ministry of Coffee, famoso por sus cafés, y allí entramos a hacer el segundo desayuno de los hobbits. Con cafeína por las venas, fuimos andando al Kraton, palacio donde vive el sultán de Yogyakarta y que se puede visitar pagando la entrada correspondiente. A pesar de que, teóricamente, estaba a 20 minutos del hotel, tardamos un ratillo en llegar, primero por el calor sofocante y segundo porque, a pesar de que la gente es simpática y amable, un señor que se ofreció a orientarnos creo que al final nos acabó haciendo dar más vuelta.

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Sudados y cansados, ya de buena mañana, llegamos al Kraton. La entrada cuesta 12.500 rupias e incluye una visita guiada gratuita. Nada más atravesar las murallas, nos encontramos que el espectáculo que hacen cada día de 10 a 12 h. acababa de empezar. Los lunes toca orquesta gamelan, que está formada por diversos instrumentos de percusión, entre ellos uno que se compone de diferentes «ollas» de latón dispuestas en fila sobre una especie de banco de medio metro de altura que el músico se encarga de aporrear sin ritmo aparente reproduciendo un sonido de lo más peculiar. A eso se le tiene que sumar el sonido del gangsa (especie de xilofón) que también se aporrea a discreción y una señora que canta en un tono de falsete que te hace reventar el tímpano. Siento no haber sido capaz de apreciar la música tradicional del gamelan, quizás fue por culpa del sueño.

La visita al Kraton ha consistido en visitar varios pabellones abiertos al público. Hay que tener en cuenta que el sultán vive allí (y aún gobierna) y que hay que recorrer unas cuantas salas con objetos que habían pertenecido a diversos sultanes: que si las botas de montar del sultán VIII, que si el traje de boyscout del sultán IX, que si las manoplas para sacar las bandejas del horno del sultán X (que era aficionado a la cocina)… y así durante dos horas.

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Extenuados, salimos a las 12 en busca del Castillo de agua, edificio próximo al Kraton y en el que antiguamente los sultanes pasaban las horas de calor refrescándose en sus piscinas juntamente con su harén. Tenía que haber sido fácil llegar hasta allí, teniendo en cuenta la proximidad, pero no lo fue. Caminamos y caminamos, pasamos por un minimercado de aves, atravesamos unas callejuelas laberínticas y, al final, no sé cómo, conseguimos llegar. Supongo que el señor que nos acompañó un rato debió ayudar, pero en realidad por menos de un euro nos hubiéramos ahorrado el sufrimiento: deberíamos haber ido en bechak.

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El Taman Sari quedó bastante destruido en el terremoto de 1865, pero la zona de las piscinas está muy bien reconstruida, aunque por el camino un señor nos aseguró que estaba todo recubierto de andamios y que no valía la pena la visita. En octubre es temporada baja en Indonesia y apenas hay turismo y muchos menos extranjeros, así que al vernos todo el mundo se acercaba para echarnos una mano, causando la mayoría de las veces el efecto contrario. Para muestra, el señor que nos encontramos mientras íbamos al Kraton, tras escoger el camino más largo gracias a las indicaciones de un simpático mecánico de motos. El susodicho señor nos acompañó un rato diciendo que trabajaba en la oficina de turismo y que había salido del trabajo para ir a buscar a su hija a la guardería. No solo nos dijo que estábamos andando más de la cuenta, sino que fue él quien nos dijo que el Taman Sari estaba todo con andamios y que no valía la pena la visita. Y por si su ayuda no hubiera sido suficiente, cuando volvíamos andando al hotel, nos indicó mal el camino y acabamos perdidos, cansados y un poco desquiciados.

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Llegados a ese punto, la única solución (aparte del suicidio ritual) era aceptar los servicios de uno de los cientos de bechaks que se nos acercaron esa mañana. Tampoco no os penséis que sufrimos una avalancha, que ellos tampoco se estresan. Tras regatear un poquito, nos llevaron al hotel por 11.000 rupias.

Al llegar al hotel, nos zambullimos en la piscina para intentar sofocar el calorazo que llevábamos encima. Una vez frescos, decidimos salir a comer cerca del hotel y nos quedamos en el restaurante Via Via que está a unos metros. El restaurante es muy mono (y turístico) y la comida tiene muy buena pinta, aunque nos defraudó un poco ya que pedí pollo y había más huesos que carne. Lo bueno de este restaurante es que tiene una agencia de viajes que organiza excursiones «diferentes». Y así pasamos la tarde: saliendo y entrando de la agencia, saliendo y entrando del hotel, consultando Internet y consultando la guía, para acabar de contratar las excursiones que queríamos hacer por la zona y la excursión a los volcanes  Gurung Bromo y Kawah Ijen que nos estaba costando de cerrar.

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Mientras, se puso a llover a cántaros y, como no teníamos nada mejor que hacer, se nos ocurrió ir hasta la calle Malioboro para ver si en la oficina de turismo nos iluminaban un poco. Para acabar de liarla parda, decidimos ir en bechak, en el que tuvimos que taparnos con los paraguas para no quedar totalmente empapados, mientras el pobre conductor lidiaba con la tormenta como buenamente podía. Y, cómo no, al llegar a la oficina de turismo, lo máximo que nos dieron fue el folleto que ya teníamos. ¡Qué típico!

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A las 8 de la tarde, el Museo Sono-Bunoyo ofrece un espectáculo de wayang kulit, teatro tradicional de sombras con marionetas. Como llegamos allí una hora antes, preguntamos por un restaurante que nos habían recomendado en el hotel para ir a cenar, pero estaba bastante lejos, así que un conductor de bechak nos acompañó andando a otro que estaba más cerca. Imagino que toda la amabilidad del mundo era para que, a la vuelta al hotel, contáramos con él.

El restaurante Royal Garden es enorme y a las ocho de la tarde solo había dos mesas ocupadas. Me pedí unos I fu mie, que es un plato chino de fideos fritos crujientes con verduras, pollo, gambas y algo más sin identificar que estaba buenísimo.

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A las 20.30 h entramos en el museo a ver la representación, ya que, como durante la primera media hora solo hacen la introducción hablada de la obra en indonesio, nos la saltamos a propósito. El teatro de sombras se compone de un marionetista detrás de una pantalla que va narrando la historia, cuatro señoras que por suerte no cantan a la vez y una orquesta de gamelan donde el instrumento de las ollas es la estrella principal.

Antes de hacer mi crítica teatral sobre el espectáculo de wayang kulit, cabe tener en cuenta que ese no era mi día. Tres jornadas apenas sin dormir es mucho y esa noche ya había llegado a mi cupo de paciencia y de falta de sueño.

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Básicamente, el marionetero mueve a los personajes que, a falta de más manos, son como máximo dos o tres (el tercero lo deja fijo cuando hace falta) y va narrando la historia y haciendo las voces de los distintos personajes, aunque no te enteras de nada porque está en bahasa Indonesia. Además, para amenizar lo inamenizable lo acompañan todo con la sutil música del gamelan o, como he contado anteriormente, del sutil aporreamiento de varias cacerolas de metal sin ritmo ni melodía aparente. Además, una de las señoras canta con una voz de falsete de aquellas que rompen el tímpano a un ritmo que no casa ni con el gamelan ni con el narrador. Pero, por si no teníamos suficiente, un palmero se dedicaba a dar palmas sin coordinación aparente con los anteriormente mencionados. En fin, que a los veinte minutos estaba de los nervios. Aun así, aguanté como una jabata hasta el final mientras veía cómo los escasos 20 espectadores que nos acompañaban iban desertando poco a poco. La harmonía del caos en estado puro. Lo dicho: NECESITABA DORMIR.

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Como no quiero crearos prejuicios sobre el wayang kulit, os dejo con la contracrónica de mi compañero:

«Pagamos unos dos euros por persona y entramos en una sala cuadrada. En el centro, había una orquesta tocando música gamelan y detrás, de espaldas a nosotros, el marionetista ante la pantalla iluminada movía los personajes bellamente recortados y decorados con colores mientras hacía las voces. Había sillas en los cuatro lados de la sala, de modo que se podía ver el espectáculo por delante y por detrás (el teatro de sombras propiamente). En la entrada nos dieron un folleto que describía la obra y nos señalaron qué parte de la obra se representaba ese día. Fue una pena no saber bahasa Indonesia, porque en el folleto se describía en inglés la historia pero muy brevemente y no pudimos saber qué ocurría. Aun así, fue interesante ver un espectáculo de marionetas tradicional. Lástima que solo pudiésemos disfrutar de la parte física y no del alma de la narración».

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Al salir, el conductor de bechak nos estaba esperando y nos pidió 20.000 rupias por llevarnos al hotel. A aquellas alturas no estaba para discutirme por 40 céntimos de euro, así que nos montamos dos donde solo cabía uno y medio y fuimos al hotel en busca de una cama que casi no veíamos desde hacía tres días.

PD: seguro que tras leer esto pensaréis que todo era una porquería. ¡Pues no! No os llevéis la impresión equivocada. El problema no era Yogyakarta, sino yo, que estaba tan cansada que todo lo veía negro.

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A tener en cuenta:
Hay varios modos de llegar a Yogyakarta desde Yakarta. Los más prácticos son el tren y el avión:
El tren une la estación de Gambir en Yakarta con la de Yogyakarta y hay varios trenes al día incluyendo uno nocturno, pero nosotros preferimos dormir cuatro horas en una cama que nada en un tren nocturno. El precio va desde las 230.000 rupias (18,80€) a las 600.000 (50€) dependiendo de los horarios y las categorías. Podéis consultar horarios en esta web.
En avión. Diversas compañías conectan Yakarta con Yogyakarta (Air Asia, Garuda Indonesia Air, Batavia Air y Lion Air). El vuelo dura una hora. Nosotros volamos con Air Asia, compramos el billete de avión un mes ante y nos costó 242.000 rupias (20€).
Atención a la hora de comprar con Air Asia
. En el momento de pagar con tarjeta, no me dejaba. Al final, gracias a los comentarios en foros de viajes, lo compramos a través de su web móvil y ningún problema. No me di cuenta y no facturé una de las maletas, pero no fue problema porque al llegar pagamos en efectivo 90.000 rupias (7,30€) y la facturaron sin más dilación.
Propinas e impuestos. Por lo general, en la cuenta de los restaurantes te suelen cobrar el 10% de IVA más un 5% de servicio/propina. El 5% se puede pedir que no te lo carguen, pero con lo excelente que era el servicio, yo lo pagaba encantada de la vida.

Datos de interés:
Vuelo Yakarta-Yogyakarta: 242.000 rupias (20€) por persona. Facturar una maleta de 15 kg en el acto: 90.000 rupias (7,30€).
Tasas salidas domésticas: 40.000 rupias (3,28€, a pesar que en la guía ponía 30.000 rupias y que en Bali pagamos esa cantidad, pero en Yakarta la cantidad que ponía en el cartel era 40.000).
Taxi del aeropuerto al hotel: 55.000 rupias (4,50€).
Hotel Duta Guest House. Habitación doble con baño, ventilador y desayuno incluido: 325.000 rupias, -10% de descuento: 292.500 rupias (24€).
Ministry of Coffee. Jalan Prawirotaman. Café con leche y cruasán de chocolate: 19.250 rupias (1,57€).
Kraton. Entrada: 12.500 rupias (1€) + 1.000 rupias por la cámara de fotos. (0,08€).
Taman Sari. Entrada: 7.000 rupias (0,57€) + 1.000 rupias por la cámara de fotos. (0,08€).
Bechak de la zona del Kraton al hotel: 11.000 rupias (0,90€).
Restaurante Via Via. Jalan Prawirotaman. Ayam kegami (pollo con curry amarillo): 22.000 rupias (1,80€). Zumo de banana y limón: 14.000 rupias (1,14€).
Bechak del hotel a Jalan Malioboro diluviando: 25.000 rupias (2€).
Royal Garden Restaurant. Cerca del Museo Sono-Budoyo. I fu mie: 26.220 rupias (2,14€), Terong Goreng Gandum: 28.750 rupias (2,35€).
Museo Sono-Budoyo. Representación de wayang kulit cada día de 20 a 22h. Entrada: 20.000 rupias (1,60€)+ 1.000 rupias por la cámara de fotos (0,08€).
Bechak del museo al hotel: 20.000 rupias (1,63€).

Encontrarás más datos en la mini guía del viaje a Indonésia. ¡No te la pierdas!

9 comentarios

  1. M.C. 4 diciembre 2010
  2. José Carlos DS 5 diciembre 2010
  3. Isabel 7 diciembre 2010
  4. mipatriasonmiszapatos.com 8 diciembre 2010
  5. Isabel 8 diciembre 2010
  6. Bellotita 8 diciembre 2010
  7. MO 8 diciembre 2010
  8. Jaume Radigales 9 diciembre 2010
  9. Ana 8 julio 2013

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