Después de pasar dos días en Kanazawa, volvimos a subirnos al tren para continuar la ruta de 18 días por Japón. Tardamos poco más de una hora en tren bala para alcanzar Nagano donde pasaríamos cuatro días visitando la zona.
Esta pequeña ciudad japonesa es la capital de la prefectura del Nagano y fue anfitriona de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1998. Pero entrando más en el tema samurái, puedo contaros que la prefectura de Nagano era la provincia de Shinano en la Edad Media, y aquí, al norte de la provincia, es donde se produjeron las batallas entre dos samuráis míticos y muy famosos que se disputaron el control de la zona: Uesugi Kenshin y Takeda Shingen. Más tarde, la zona fue controlada por el clan Sanada, el clan al que perteneció uno de los samuráis más queridos en Japón: Sanada Yukimura, y todavía pueden verse algunas fortalezas y mansiones de los Sanada por aquí. Pero no todo son samuráis en Nagano, también hay hermosos pueblos de montaña, museos y aguas termales.
Este fue nuestro itinerario durante los Cuatro días en Nagano y alrededores:
Día 1: Llegada a Nagano, visita el monasterio del Zenko-ji y tren hasta Shibu Onsen (parada Yamanouchi).
Día 2: Visita al parque Jigokudani y regreso a pie hasta Shibu Onsen. Visita a Shibu Onsen.
Día 3: Tren a Obuse y visita museo Hokusai. Tren a Nagano, visita a la residencia de los Sanada y el castillo de Matsushiro (noche en Nagano)
Día 4: Tren hasta Ueda, visita a la fortaleza de los Sanada. Tren hasta la fortaleza de montaña de Aratojo (noche en Matsumoto)
El primer día llegamos a Nagano por la mañana. Dejamos las maletas en unas taquillas de la estación y salimos a la calle en busca del monasterio Zenko-ji. Este monasterio budista es de los más antiguos del Japón, ya que se fundó en el siglo VII, antes incluso de que esta religión se dividiera en diversas escuelas japonesas de pensamiento. Es un destino de peregrinación para los fieles y también es la principal atracción turística de la ciudad de Nagano, que en su origen creció alrededor del templo. Según se dice, la estatua de Buda que alberga el templo, que se mantiene oculta a los visitantes, es la primera estatua budista que llegó a Japón.
La estación de Nagano conecta con el monasterio por una calle principal con bastantes tiendas. Recuerdo que nos llamó la atención una que tenía espadas ninja de juguete y otras tonterías así, y no pude evitar comprarme unos shurikens de plástico (armas arrojadizas en forma de estrella). Al llegar al monasterio nos dimos cuenta de que era enorme por la cantidad de edificios anexos que lo convierten en un complejo budista bastante grande. Por ejemplo, a la derecha de la entrada al recinto hay dos callejuelas con pequeñas casitas que pertenecen a las personas acaudaladas que las mantienen aquí para hospedarse en ellas cuando acuden a las ceremonias del monasterio.
Luego sigues adelante y llegas a la gran plaza ante el enorme portón Sanmon. Aquí hay tiendas de recuerdos y las grandes estatuas de los seis Jizo, un bodisatva que se encarga de salvar las almas que por sus actos se reencarnan en el infierno. A mano izquierda hay un puentecito de piedra que lleva a otra sección del monasterio. A un lado del puente hay una charca con tortugas, que simbolizan la larga vida, y al otro un estanque con flores de loto, que simbolizan el ciclo budista de nacimiento, reencarnación e iluminación, ya que el loto es una planta que nace en el oscuro lodo y florece en la superficie bajo la luz del sol.
Paseando por esta sección al otro extremo del puente, apartada del bullicio de visitantes, vimos varias estatuas doradas con ofrendas de flores que no sabíamos reconocer. Uno de los trabajadores del templo, al vernos algo perdidillos, se acercó a nosotros y nos contó en inglés que esa estatua y el templo detrás eran en honor al buda patrón de las madres y padres que han perdido hijos. Le agradecimos mucho que nos contara todo eso y otros detalles más.
Seguimos andando hasta llegar al templo principal y entramos. Ante la zona de ofrendas hay una estatua de madera muy gastada. Se trata de Binzuru, un médico que fue seguidor del buda histórico Siddharta Gautama. Los fieles tocan la cabeza de la estatua para protegerse o curarse de las enfermedades.
Salimos por la puerta de la derecha y paseamos por un pequeño jardín. Luego volvimos al centro de Nagano y comimos el menú del mediodía en un restaurante cercano a la estación: Unagi-don, bol de arroz con anguila.
Luego tomamos el tren en dirección a Yamanouchi para ir Shibu Onsen. Este tren tiene la cabina del conductor en un piso superior, así que, como casi no subió nadie, nos pudimos sentar en el primer vagón, delante de todo, y ver las vías y el paisaje por unos grandes ventanales en el morro del tren. A nuestro lado se sentaron dos neozelandesas, madre e hija, que también se dirigían al mismo pueblo y con quien estuvimos conversando un poco.
Al llegar a la estación de destino, nos estaban esperando los del hostal para llevarnos hasta allí en su furgoneta. Llegamos al ryokan Koishiya y me encantó. El personal es muy joven y simpático. Isabel estuvo hablando un poco con el conductor, por ejemplo, que se sorprendió cuando ella le dijo que estaba estudiando japonés, y la animó a continuar y no rendirse. En todo el ryokan vimos pistas que indicaban que en este pueblecito entre montañas debe nevar mucho en invierno. Por ejemplo, en la amplia habitación había mantas muy gruesas y en la sala de estar de la planta baja había un kotatsu, un brasero de estilo japonés para mantener las piernas calentitas. Afuera empezaba a llover.
Al hablar con el personal del ryokan nos enteramos de que tenían un pacto con un Ryoka Yorozuya del pueblo que incluía un onsen (aguas termales) bastante importante. Así que no lo dudamos ni un segundo y nos apuntamos a la excursión diaria para ir a sumergirnos en sus aguas. El personal del ryokan te lleva hasta allí en la furgoneta y al cabo de una hora vuelve a recogerte. Todo muy práctico.
El onsen en sí es genial, muy acogedor y muy especial. Sobre todo la sección para mujeres, que es mucho más bonita que la sección para hombres (por lo que me contó Isabel). Después del bañito relajante cenamos una buena sopa de fideos chinos (ramen) en un restaurante minúsculo muy cerca del ryokan y nos fuimos a dormir muy contentos.
Yorozuya onsen (foto de la web del hotel)
El día siguiente nos apuntamos a la excursión de las 8 de la mañana para ir a las aguas termales de Jigokudani. El personal del hotel nos llevó hasta la entrada en su furgoneta. Estas aguas termales están en un parque natural entre las montañas y en realidad no son para bañarse, sino para ver cómo se bañan los monos que acuden a ellas. Desde la entrada hay que recorrer 1,6 km por un sendero boscoso, donde vas aprendiendo detalles sobre los monos en varios paneles explicativos.
Al final llegas a los estanques de agua caliente donde ves a los monetes bañarse. Y sí, son realmente graciosos. En invierno, cuando está todo nevado alrededor de las aguas termales debe ser aún más bonito que en primavera, pero aun así tomamos cuatrocientas mil fotos de los monos relajándose en el agua. Vimos incluso a pequeños monetes transportados a lomos de sus madres para acudir a su baño diario. Un macaco se quedó plácidamente dormido sobre una de las piedras de los alrededores, rodeado del vapor del agua termal.
Cuando nos cansamos de observar a los monos, volvimos caminando hasta el pueblo. Después paseamos un poco por las callejuelas. En realidad no hay mucho que ver, porque la mayoría de la gente que va a Shibu Onsen es para ver los monos de Jigokudani o para ir a algún balneario de la zona. De todas formas, paseamos tranquilamente y en una tiendecita que encontramos probamos los dulces locales, que estaban bastante buenos.
Por la tarde remoloneamos en la habitación del ryokan hasta que llegó la hora de la excursión al balneario chachi. Volvimos a subir a la furgoneta y volvimos a darnos un placentero bañito en las aguas termales. Si quieres saber las normas de etiqueta básicas que debes seguir a toda costa para disfrutar de un onsen japonés, consulta esta entrada. Después de cenar en el ryokan y conversar un poco con las neozelandesas, nos fuimos a la cama y dormimos como un tronco.
A la mañana siguiente enviamos las maletas desde el ryokan hasta Matsumoto y nos despedimos de Shibu Onsen. Volvimos a la estación de tren para regresar a Nagano. Sin embargo, por el camino paramos en el pueblo de Obuse. Aquí es donde vivió varios años el famoso artista Hokusai y hay un museo en su honor que queríamos visitar. Katsushika Hokusai fue un pintor de grabados japoneses (ukiyo-e) famoso en el mundo entero sobre todo por su serie de grabados titulado: 36 vistas del monte Fuji. El grabado más mundialmente famoso de esta serie es el de la Gran ola de Kanagawa, que hoy en día se ha convertido ya prácticamente un emblema de Japón.
En el museo pudimos ver las fases de producción de este grabado tan famoso, además de todos los demás de este artista. También pudimos ver reproducciones una de sus obras maestras que pintó en Obuse: las pinturas del techo de dos carrozas procesionales, donde pueden verse un fénix y un dragón. Es un museo mucho más pequeñito de lo que me esperaba, pero también muy moderno.
Después paseamos un poco por el pueblo de Obuse y vimos una heladería donde vendían helados de castaña y otros dulces. Isabel no se pudo resistir y comprobamos que estaban muy buenos.
Más tarde, subimos de nuevo al tren para volver a Nagano. Una vez de nuevo en la estación de la JR en Nagano, tomamos el autobús hacia Matsushiro. En este barrio de las afueras, a tan solo 30 minutos del centro, se levanta el castillo de Matsushiro. Bueno, los japoneses a todo le llaman «castillo», pero esto es más bien una fortaleza o un fuerte. Pero antes de dirigirnos al «castillo», y como ya era el mediodía, paramos a comer en un restaurante. A pesar de ser abril, tenían muchos platos con castañas. Comimos el menú del día y uno de los platitos consistía en arroz con castañas asadas.
Con el estómago contento, fuimos a ver el castillo. La entrada es gratis y abre de 9 a 17 h. Fue construido por orden del gran samurái Takeda Shingen a lo largo de sus batallas contra Uesugi Kenshin. Más tarde, en la era Edo, Nobuyuki Sanada se trasladó del castillo de Ueda al sur hasta esta fortaleza más pequeña, y el clan samurái de los Sanada gobernaría las tierras circundantes durante 10 generaciones. El castillo se restauró en el año 2004 y es muy bonito, sobre todo en primavera, ya que el patio interior está lleno de cerezos en flor. El foso que rodea el castillo por tres lados se llena de pétalos rosas que flotan por sus aguas.
Por desgracia, lo único que queda en pie es la muralla y los dos portalones, todo muy bien cuidado, pero el interior está muy vacío salvo por los cerezos. Aun así, es un buen paseo y hay un par de pancartas donde puedes ver una ilustración del aspecto que tenía el castillo justo después de terminarse, con una estructura de fosos defensivos mucho más amplia que la que puede verse hoy en día.
Después de ver el castillo, seguimos calle abajo y entramos en la mansión de los Sanada (Former Sanada Residence). Esta mansión noble fue construida por el noveno señor Sanada del dominio de Matsushiro y se ha conservado tal cual, con su jardín y todo, aunque originalmente se construyó en una zona más alejada. Hoy en día es propiedad del municipio y por 300 yenes puedes pasear por los pasillos y ver las estancias de tatami de la casa.
También puedes ver un edificio anexo donde se practicaba esgrima y también hay una galería de tiro con arco. La mejor parte es el ala que da al jardín. Puedes sentarte en el porche y contemplar la charca y los árboles como si fueras un samurái descansando cómodamente en su casa. Por otro lado, en una de las habitaciones pueden observarse varias réplicas de armaduras famosas, como la de Sanada Yukimura (que en realidad se llamaba Sanada Nobushige), el personaje histórico samurái del que se hizo una famosa serie en 2016 en la televisión japonesa NHK.
Fue precisamente esta serie, «Sanada Maru» la que hizo aumentar el número de visitantes de Matsushiro en 2016, aunque en 2017 ya debía haber pasado la moda. Por ejemplo, en el museo de los tesoros de los Sanada (Sanada Treasure Museum) estábamos prácticamente solos, pero vimos claramente que estaba preparado para recibir muchos visitantes. En la entrada tenían unos altavoces con la banda sonora de la serie a todo trapo. Cabe decir que este museo solo es recomendable si sabes japonés o eres un gran fan de la historia samurái, ya que todas las explicaciones están en japonés. Aun así, lo disfruté bastante. Pueden verse los arneses de los caballos de los Sanada, espadas, estandartes y hasta cartas manuscritas por los samuráis de esta familia. Salí satisfecho, pero lamentando no tener un nivel de japonés adecuado para absorber toda la información que se ofrecía.
Después de esta visita volvimos en autobús hasta la estación de trenes central de Nagano. En el centro comercial que rodea la estación encontramos un restaurante de fideos de alforfón (udon) y los cenamos acompañados de un poco de tempura de verduras. Luego estuvimos paseando por el centro comercial y finalmente pasamos la noche en el hotel Tokyu Rei que está justo en frente de la estación.
Al día siguiente, volvimos a subir al tren y nos dirigimos a Ueda, más al sur de Nagano, siguiendo el cauce del río Chikuma. La población de Ueda, rodeada de montañas, alberga un castillo del mismo nombre y que también perteneció a la familia Sanada. De hecho, aquí es donde se concentró el poder de este pequeño pero famoso clan samurái. Este castillo es famoso porque la familia Sanada logró repeler el ataque del clan Tokugawa en dos ocasiones.
Fue toda una hazaña si tenemos en cuenta que el clan del entonces futuro shogún de Japón era mucho más poderoso que el de los Sanada. En la primera ocasión, 7000 hombres de Tokugawa Ieyasu se enfrentaron a los 2000 efectivos del clan Sanada, pero Sanada Masayuki, el cabeza de familia, elaboró una inteligente estrategia mediante la que el bando tokugawa perdió a unas 1500 tropas antes de retirarse, frente a las solo 40 bajas de los Sanada (o eso dicen).
En la segunda ocasión, en el año 1600 el hijo de Tokugawa trató de conquistar las tierras ancestrales de los Sanada con su ejército de 38.000 hombres mientras iba de camino a la batalla de Sekigahara. Sin embargo, los Sanada de nuevo lograron repeler el ataque y eso causó que su enemigo llegara tarde a la crucial batalla de Sekigahara. El castillo de Ueda no era muy imponente cuando se construyó en 1583, así que ahora tampoco. Esto lo digo porque cuando se piensa en castillos japoneses, se tiende a pensar en el de Himeji, que es muy alto y espectacular, o en el de Matsumoto. Sin embargo, la mayoría de las fortalezas de la era Sengoku (antes del 1600) eran mucho más modestas
En el caso de Ueda, se trata de cuatro muros rodeados por un foso. Uno de los tramos del foso era el cauce del río Chikuma, que en aquel entonces pasaba junto al risco donde se alza el castillo y que está seco hoy en día. Por allí nos acercamos nosotros hacia el castillo, alzando la mirada para ver el torreón de la entrada principal. Sin embargo, como demuestra la historia que he contado arriba, al final es más importante la astucia que tener muchas murallas. Según las investigaciones, todo el pueblo alrededor del castillo de Ueda estaba planificado con el objetivo de defender la fortaleza, y los ríos de la zona se usaban como fosos adicionales. Además, el castillo contaba con dos fosos propios que lo rodeaban.
Como muchos otros castillos medievales de Japón, el de Ueda sufrió el abandono durante la era Meiji cuando se abolió el feudalismo y muchos símbolos de la clase samurái fueron destruidos. Por suerte, aunque todo el entorno ha cambiado hoy en día, todavía se conservan las murallas y dos torreones, muy restaurados. De hecho, el recinto se llama en inglés «Ueda Castle Ruin Park». El puente de piedra que conduce a la entrada también se ha restaurado y forma una estampa muy bonita. Tal vez se esmeraron en ello para filmar la serie Sanada Maru, porque el portalón aparece varias veces en el show. De hecho, las murallas aún están decoradas con varios de los típicos estandartes rojos del clan Sanada, con las seis monedas que forman su emblema. El origen de este símbolo es budista, ya que, tras la muerte el alma debe cruzar el río que lleva a la otra vida y el coste son seis monedas. Con este emblema, los Sanada demostraban que estaban dispuestos a morir por una causa justa. De algún modo, su emblema decía a sus enemigos: «ya tenemos las seis monedas preparadas, no tememos a la muerte».
Una vez cruzado el portalón de la entrada, el interior parece más bien un parque de paseo. Primero de todo te topas de frente con un santuario sintoísta donde se reverencia a los antepasados de la familia Sanada. Para que te quede claro, hay un casco de samurái gigante en la entrada, con los cuernos de ciervo de Sanada Yukimura. Alrededor, está lleno de cerezos y cuando nosotros llegamos estaban en flor, así que un dosel de confeti rosa lo cubría todo. Paseamos resiguiendo el foso desde lo alto de los restos de las murallas, hicimos un montón de fotos, y nos fuimos.
Justo enfrente del parque del castillo puedes entrar a ver la exposición del Ueda City Historical Museum. Es evidente que el ayuntamiento trató de aprovechar al máximo la popularidad de la serie de televisión de 2016, pero la exposición vale la pena. Es mucho más pequeña y mucho más visual que el Museo de los tesoros de los Sanada de Matsuhiro, pero contiene detalles interesantes de la historia del turbulento siglo XVI en Japón. Por ejemplo, pueden verse los estandartes de las casas samuráis más importantes de ese periodo y que influyeron en la historia de Ueda y del clan samurái de los Sanada. Como no podía ser de otra manera, puedes ver reproducciones de la famosa armadura rojo chillón de Sanada Yukimura, que se considera «el samurái más valiente de la historia» por su gestión de la defensa del castillo de Osaka entre 1614 y 1615.
También me gustó ver los mapas históricos de Ueda, donde se aprecian perfectamente toda la red de fosos defensivos que antaño recorrieron esta población. Otros detalles fueron un mantelete como los que usaban los arqueros y arcabuceros para parapetarse durante las batallas, y hasta un gran arcabuz japonés encontrado en la fortaleza de los Sanada y que disparaba balas de 375 g de peso. Al lado había un antiguo pectoral metálico de armadura de samurái atravesada por dos disparos de esta arma, seguramente hechos durante las pruebas para atestiguar su eficacia en la batalla.
Después estuvimos paseando un poco por la calle principal de Ueda, repleta de tiendecitas. En varios puntos había pancartas donde se explica parte de la historia del clan Sanada, como una donde se describían los «10 valientes de los Sanada» un grupo de ninjas al servicio de esta familia. Luego seguimos el paseo por un canal y llegamos a un templo budista en cuyo cementerio nos perdimos un poco, porque no encontrábamos la salida.
Por la tarde, tomamos de nuevo el tren y volvimos un trecho hacia el norte, hasta apearnos en el pueblo de Togura Kamiyamada. Cruzamos el río Chikuma en dirección a la montaña y empezamos a ascender por la dura cuesta que conducía a nuestro objetivo: el parque histórico de Joyama, donde se alza la pequeña fortaleza de montaña de Aratojo. Este es un ejemplo de cómo eran en su época la mayoría de las fortalezas de los samuráis: sencillas, de madera, de difícil acceso y relativamente pequeñas. Nada que ver con el fastuoso castillo de Himeji.
Llegamos a la entrada un poco cansados por la subida. Éramos los únicos visitantes. Pagamos la entrada y paseamos por el primer patio. Había una torre de vigía de madera como las que salen en las películas. Desde allí arriba se dominaba todo el valle con la vista. Luego entramos en una pequeña cabaña larga con tejado a dos aguas donde podías ver varias pancartas explicativas. Entre ellas, un plano donde se veía la fortaleza de montaña en su tiempo, que contaba con muchas más fortificaciones de las que se han restaurado en la actualidad. También había unas sillas para sentarse a ver un vídeo explicativo.
Luego subimos por una rampa y atravesamos un segundo portón fortificado para llegar al segundo patio de armas. Aquí se encontraba la casa del general a cargo de las tropas y el cuartel de los soldados. Desde allí se veía el tejado de la cabaña del patio inferior, con el tejado de madera cubierto con piedras como se ve en las pelis de Akira Kurosawa. Los dos recintos están delimitados por unas empalizadas hechas a base de estacas gruesas. Las construcciones no ofrecían ningún tipo de lujo y eran muy austeras. Me imaginé que debía ser muy duro formar parte de la guarnición de guerreros apostados en estas fortalezas de montaña, sobre todo en invierno. En general, fue una visita muy interesante, porque pudimos ver de cerca una construcción histórica muy propia de la historia samurái de Japón.
Después de hacer varias fotos y de admirar el paisaje, bajamos hasta el pueblo. Mientras nos dirigíamos de nuevo a la estación de tren, pasamos frente a un balneario y decidimos darnos un bañito en las aguas termales. Curiosamente, en la entrada había una máquina expendedora de tiquets donde tenías que comprar el alquiler de las toallas y la entrada normal. Luego Isabel entró en la zona para mujeres y yo en la de hombres. Después de limpiarme a fondo y ducharme cómodamente sentado en el taburete, entré en la piscina interior de aguas termales, que estaba decorada con grandes rocas y una pequeña cascada. Al cabo de un rato, decidí salir y sumergirme en las piscinas exteriores. Había dos relativamente pequeñas junto a un pequeño jardín por el que pasear. Me hizo gracia ver que en una de ellas habían instalado un televisor donde en aquel momento estaban pasando una serie antigua de samuráis. Me sumergí en el agua hasta el cuello y me quedé viendo la tele un ratito. Cuando noté que ya tenía las manos arrugadas por el agua, salí y me fui a secar.
Más tarde, tomamos el tren para volver a Ueda y de allí, hasta la siguiente parada del viaje: Matsumoto, con su enorme castillo negro repleto de historia samurái, sus amables habitantes y su interesante museo de grabados ukiyo-e.
M’encanten els monetes, Hokusai i les ema de Rilakkuma!
Molt bon post, molt interessant!